OPINIÓN
Solo tenemos un océano, ¿de vida o de petróleo?
Hace unos días terminaba en Niza (Francia) una conferencia de la ONU sobre el océano que acabó, otra vez, con el regusto de la decepción.Coorganizada por el presidente francés, Emmanuel Macron y el de Costa Rica, Rodrigo Chaves, con 60 jefes de Estado y Gobierno, se buscaba que, al menos, sirviera para confirmar que 60 de 195 países que existen ratificaran el conocido como Tratado de Alta Mar para que entrara en vigor.
No es otra cosa que aprobar ciertas normas en lo que ahora es, como decía Antonio Guterres, el «lejano oeste» de las aguas oceánicas internacionales, inmensidad donde no hay una reglamentación sobre cómo gestionarla sin dañar su biodiversidad. Pues bien, no fue posible. Se quedaron en 50. Y luego muchas promesas de líderes que aseguran que lo harán próximamente.
Pareciera que los reunidos durante días en la ciudad mediterránea -por cierto, no es posible olvidar que este Mare Nostrum esta primavera ya está teniendo temperaturas inimaginables hace muy pocos años- no acaban de entender la importancia que tiene preservar el océano en un planeta que se ve azul desde el espacio, en gran medida porque el 72% está cubierto de agua. Que no basta con declararse muy fan de la ciencia y de la cooperación internacional -algo que han repetido hasta la saciedad, quizá con el ánimo de dar un cachete somero al jefe americano, Donald Trump- si a la hora de la verdad priman intereses económicos que poco tienen que ver con el diagnóstico de esos científicos que llevan años alertando de lo que está pasando.
Ya antes de que se iniciara esta conferencia hubo un congreso de expertos que dejó pocas dudas de que el océano está sobrecalentado, que absorbe tanto C02 de la atmósfera que ha sobrepasado los límites de acidificación -lo que supone el fin de corales y cuanta vida requiera de un carbono que ahí va a menos-, que las corrientes se están ralentizando o que la contaminación por vertidos y plásticos es una pandemia en toda su extensión y también en profundidad. ¿Ha cambiado este retrato el panorama?
Vayamos por partes. Es verdad que un puñado de países más se han sumado al listado de los que se oponen a la minería suboceánica de minerales raros en aguas internacionales y que hay que celebrarlo. Trump, que solo envió dos observadores de poco nivel al evento, ya aprobó en abril autorizar esa posibilidad, transgrediendo, otra vez, el consenso internacional de que esas aguas no son de un país. No obstante, este es un tema que se dirime en un organismo multilateral específico, que se reúne en julio en Jamaica y que hace tiempo que andan dando vueltas a un reglamento que no ve salida de momento. Lo mismo cabe decir del tema plásticos. Sabemos, o debemos saber, que comemos tantos a estas alturas que los tenemos hasta en el cerebro y que el pescado está muy contaminado por este material y los químicos que lo acompañan. Sin embargo, en Francia solo dos países más se han unido a la propuesta de que el futuro tratado mundial, que se negocia a trancas y barrancas, no solo incluya el reciclaje o mejoras en la gestión de residuos, sino que aborde de una vez por todas la reducción de su producción, que es meollo del asunto y es lo no quieren los principales productores, es decir, China, Arabia Saudí o Estados Unidos. También lo es la UE, donde hay grandes presiones y donde acabar con unas pajitas y vasos de plástico ha llevado años, mientras nos venden ahora, como novedad, hasta un litro de leche en diminutos envases «porque es cómodo».
Pero si aquí estamos como estábamos, hay otros dos asuntos quizá menos visibles que esa basura, pero muy preocupantes. Uno es el de la pesca de arrastre de fondo. No puede haber nadie que tras ver el último documental de David Attemborough, Ocean, no experimente el vértigo de ver cómo desaparece la vida bajo esa superficie plana o con oleaje que es el mar. No puede ser indiferente dejar como un desierto baldío lo que era un vergel, la casa de miles de especies que dan la vida a cientos de miles de millones de humanos, el hogar de criaturas que ni siquiera sabemos que existen porque resulta que solo un 26% del fondo del mar está mapeado, según Unesco.
La única solución que la comunidad internacional ha puesto para frenar el destrozo es la creación de Áreas Marinas Protegidas (AMP): en 2022, en Montreal, se acordó llegar al 30% del océano preservado en ocho años. Han pasado tres y andamos por algo más del 8% en el papel, algunos dicen que un 12% con los anuncios hechos en esta conferencia. En la realidad, apenas un 2% porque resulta que en la inmensa mayoría de esas AMP se puede practicar tamaña pesca destructiva. Tampoco ahí se ha avanzado casi nada. Incluso han sacado los colores a Macron en Niza, porque anunció que iba a prohibirla en sus AMP, cuando en teoría ya lo está. Por cierto, Francia apenas protege un 4% de sus aguas europeas.
Y luego está el caso de España: aún resonaban las palabras de Pedro Sánchez anunciando más AMP en nuestras aguas, para llegar al 25,7% del total a final de año, cuando se supo que el Tribunal de Justicia Europeo echaba por tierra (o por mar) el intento de su Gobierno de impedir que la pesca y el palangre de arrastre pueda practicarse en zonas que la UE considera vulnerables. En concreto, en el Atlántico Nordeste. Y mientras entidades como Coalición para la Conservación de Aguas Profundas (DSCC) se felicitaban del fallo, el ministro del ramo, Luis Planas, decía que no hay que «demonizar» esta técnica de pesca que, asegura, no «una agresión». Y el colmo: contra infinidad de estudios científicos, volvió a decir que no hay «evidencia científica» de los daños. Un vistazo a Ocean hay que recetarle.
El otro tema que se echó en falta en Niza fue el de esa otra minería, en aguas nacionales, que está desbocada: la extracción de petróleo y gas del fondo del océano. Son esos combustibles fósiles que están cambiando el equilibrio planetario en la atmósfera, la tierra y en ese mar donde parece haberse desatado una carrera a ver quién saca más en menos tiempo: solo en 2024, el 71% de los nuevos pozos de los que se extrajeron ambos fluidos son marinos y hasta el 85% de los nuevos yacimientos encontrados (aún por explotar) también. De hecho, un 30% de todo lo que se produce al año sale del fondo oceánico. Ahora, sumemos los 150.000 kilómetros de oleoductos y gaseoductos, con sus fugas, y los vertidos por accidentes de petroleros y otras instalaciones que se suceden, aunque no nos enteremos (el último, este 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, en Tailandia, cuando un petrolero se desconectó del oleoducto que lo llenaba).
Con este panorama, más de 200 oenegés de todo el mundo pidieron en Niza una moratoria de esta actividad offshore, pero con escaso eco. La única referencia al asunto fue una iniciativa de Macron y Lula da Silva donde se menciona la «disminución gradual» de plataformas offshore. Pero a la vez que la anunciaban se supo que Lula promueve que se extraiga petróleo cerca de la desembocadura del Amazonas, desde la costa desde el Estado de Rio Grande do Norte hasta la Guayana Francesa. Y así, mientras animaba en Niza a ir al COP30 en su país este año, y mantenía su dialéctica contra el cambio climático, negociaba con Macron este asunto, pues el presidente francés ha aprobado una moratoria de pozos petrolíferos en todo su territorio.
Para terminar con una nota esperanzadora, gracias al impulso de organizaciones como Ocean Care, Ciel y otras, surgió una coalición de 37 países que se comprometen a poner en marcha medidas para hacer el océano un lugar más silencioso, ya sea disminuyendo la velocidad de los barcos o mejorando los diseños. Es algo nuevo que comienza a andar tras confirmarse el terrible impacto que ese ruido constante generaq en las especies, sobre todo los cetáceos.
En general, la sensación es que esos 361 millones de kilómetros cuadrados de agua salada, y llena de vida, en nuestra Tierra siguen entendiéndose como un recurso del que sacar sin mirar qué hay debajo de las olas. Y, como Attemborough nos muestra, lo que tenemos es maravilloso, pero también terrible. Lo bueno es que podemos parar y puede restaurarse. Lo que dejemos finalmente en herencia es nuestra decisión.
*Ecologismo de Emergencia, varios autores miembros de Alianza Verde.
*Rosa M. Tristán, periodista. Ciudadana sin fronteras. En el diario El Mundo durante 22 años. La ciencia y el conocimiento de la Tierra y sus gentes, mis pasiones. Viajera incansable.